Adriana Lara (México, 1978) explora
los cambios, los accidentes y las rupturas que dejan huella. La textura es
evidencia y testigo de las marcas de las experiencias. Gracia Luévano
(México, 1990) habla sobre la vulnerabilidad del ser humano a ser herido,
donde los objetos cotidianos como una casa se tornan una proyección física
sobre la cicatriz. Asimismo Aideé Borunda (México, 1985) utiliza
analógicamente el objeto para expresar que las marcas son costuras de la
memoria, en palabras de Piedad Bonet: “es un remate imperfecto que nos sana
dañándonos”. Para Alejandra Ordóñez (México, 1986) la huella es la
transformación de la materia, entendiendo el cuerpo como materia y como agente
transformador al tiempo, a veces lento y silencioso, a veces raudo y agresivo.
También Angélica Chávez (México, 1990) se aproxima al concepto desde la
temporalidad del cuerpo y la materia, sus ciclos y caducidad. Su trabajo es una
una reflexión para dejar de ver las marcas como algo superficial, pues no son
más que una oportunidad de introspección. le da un giro al concepto y
asume la marca emocional analógicamente
con el síndrome del miembro fantasma, que es la manifestación de la memoria que
se origina por la ausencia y la sensación de que el ente permanece unido al
organismo. Aniela Rodríguez (México, 1991) utiliza como instrumento el
verso y la palabra a las que denomina las heridas más hermosas. Jael Gaytán
(México, 1984) intenta hablar desde lo profundo de si misma al exponer la
apatía y las marcas de una sociedad en violencia constante. Izabela Oldak
(Polonia) refiere que “el mundo entero es un organismo de vida grande,
todos nosotros tenemos las mismas raíces y somos las ramas del mismo árbol.
Compartimos la misma realidad y sufrimos los mismos procesos de tiempo,
examinando la metamorfosis constante”. Magali Pérez (México, 1979) en
sus imágenes nos sumerge en la incógnita de la cicatriz, la cual sugiere
que se lleva a la vista o en el alma, ya sea esta tangible o como parte de
nuestros demonios. Marcela Ochoa
(México, 1978) expresa que la cicatriz es un proceso de recuperación,
de liberar y renacer desde la naturaleza por medio de los beneficios de las
plantas. Para Marcela Zamudio (México, 1988) no todas las marcas son
tangibles, ni individuales. Los feminicidios son heridas, golpes que nos han
dejado marcados como sociedad, una cicatriz colectiva. Marilú Ríos (México,
1987) aborda la relación entre el ser mujer y la naturaleza, la vagina como
una cavidad abierta de la misma forma que la tierra, utiliza tierra y sangre
menstrual siendo estos dos elementos de la implícitos en la naturaleza. En palabras de Gloria Bosch el trabajo de Roser
Oduber (España.) tiene que ver con la fragilidad humana como experiencia,
la conexión a los ciclos de la vida y la fuerza regenerativa. Ella misma habla
del “sistema de espacios vacíos que pueden ser transitados caminando a la
deriva”. Cecile Hug (Francia, 1975) cuestiona la memoria del cuerpo, las
marcas físicas que a veces desaparecen, pero no del recuerdo, se aproxima a la
cicatriz que se produce cuando el daño es infringido por nosotros mismos. Galia
Mirsha (México, 1978) compone su versión de la cicatriz con sonidos de
instrumentos, voces y elementos de paisaje sonoro urbano. La sonorización del
estado emocional de perdón, otros sonidos reconocibles en el código de la
armonía tradicional occidental como traducción de los motivos que nos llevan al
perdón y sonidos de carácter lúdico para describir la recuperación del
equilibrio. Gabriela Hijar (México, 1990) retoma el concepto de Kintsugi la
tradición japonesa de la restauración de jarrones cerámicos. La idea de que un
objeto renace y se fortalece luego de sufrir un daño tiene una gran similitud
con la cicatriz que nos recuerda el aprendizaje y la belleza adquirida a través
del sufrimiento.